Después de casi diez años como expatriado en San Francisco, donde andaba hecho el artista, Antonio cree que puede regresar a su Guayaquil natal y salvar al Ecuador de la pobreza y la injusticia. Leopoldo le ha llamado para que se lancen juntos a la presidencia en las próximas elecciones. Ambos amigos de infancia, que compartieron fervores mesiánicos en el colegio San Javier, tienen la oportunidad de recuperar su idealismo frustrado y convertirse en el futuro de su pueblo, a pesar de ser ellos mismos hijos de funcionarios públicos que en su día contribuyeron al saqueo del país. Mientras tanto, al otro lado de Guayaquil, Rolando y Eva intentan cambiar al Ecuador a través de obras de teatro y programas de radio, aunque los tórtolos saben que sus intentos son fútiles y ridículos, como lo es casi todo en el mundo.
La historia política y social del Ecuador de las últimas décadas -la corrupción, el populismo, los desaparecidos, la hipocresía de los que se creen su élite- sirve de marco a una novela que plantea el carácter absurdo pero necesario de las creencias revolucionarias de juventud que los años erosionan.