Fiel a su insistente empeño de transformación radical del ámbito categorial del pensar político, Agamben pone de manifiesto en esta obra que «el conflicto político decisivo» en nuestra cultura -en rigor el que está en la base de todos los demás- es el que se establece entre la animalidad y la humanidad del hombre. «Preguntarse en qué modo -en el hombre- el hombre ha sido separado del no hombre y el animal de lo humano («el misterio práctico-político de la separación») es más urgente que tomar decisiones sobre las grandes cuestiones, sobre los llamados valores y los derechos humanos».
Frente al eclipse de las configuraciones históricas tradicionales, ante la extraordinaria solicitación de un momento histórico en que «el único empeño que parece conservar todavía alguna seriedad es el de hacerse cargo de la vida biológica y de su gestión integral (…) como último e impolítico mandato», el autor, en una sutilísima prolongación crítica del pensamiento de Heidegger, tensamente iluminada por Walter Benjamin y A. Kojève, continúa la reflexión de sus libros anteriores sobre el concepto de vida y se interroga sobre el umbral que produce lo humano, que distingue y a la vez aproxima la humanidad y la animalidad del hombre, y decide “en todo momento y en todo individuo de lo humano y de lo animal, de la naturaleza y de la historia, de la vida y de la muerte”.