Filósofo del azar y del artificio, alejado siempre de las modernas tentativas por renovar algún viejo anhelo metafísico, naturalista o antropológico, apartado asimismo de los redoblados esfuerzos que supone todo intento encaminado a instaurar algún nuevo ídolo, lo que viene a ser idéntico de cara a la simple y pura negación de lo real, me temo que es su proverbial anestesia moral y su asombrosa serenidad expresiva, así como su innegable parentesco filosófico con Heráclito y los sofistas, con Lucrecio, con Montaigne, con Spinoza, con Hume y, sobre todo, con Nietzsche, lo que ha impedido en buena medida que su nombre fuese utilizado por algunas de las más representativas corrientes filosóficas de la actualidad y que su producción filosófica, digna de la más alta consideración, tanto por su calidad como su cantidad, fuese apreciada como en justicia se merece.